El Principado del Muñeco

La escena es monumental. En el peor año de su gestión el estadio está repleto, como en los últimos veinticinco partidos, pero esta vez el resultado parece no importar. Los hinchas vinieron a otra cosa. Son setenta mil personas con una necesidad imperiosa de agradecer. Es difícil encontrar a otra persona que haya sido honrada en vida con el cariño que recibió Gallardo en su despedida.

Un club se construye a partir de su gente. Algunas figuras son tan relevantes que imprimen su personalidad a la institución. Así se generan legados que se transmiten por generaciones. En la década del noventa River tuvo la suerte de que su mejor jugador fuera también un manual de conducta. Francescoli representaba al club mejor que nadie. Hacia afuera y hacia adentro. Gallardo fue uno de los que se formó en el vestuario con ese caballero del fútbol. Y cuando Enzo lo llamó años después, ambos derramaron esos valores al club. Un respeto que se extendió desde el primer socio hasta el último capitán, que salió a la cancha liderando al equipo de Gallardo con el nombre de Enzo. Así concluye el principado del Muñeco.

A una filosofía de posesión, buen juego y ataque permanente, Gallardo le sumó una mentalidad ganadora nunca antes vista. Desde ese arranque arrollador nació un equipo de presión asfixiante con juego asociado y la voracidad de buscar el cuarto gol antes que el tercero. Fueron veinticuatro partidos invictos que impusieron un nuevo ritmo en el futbol argentino. Lo curioso es que esa ferocidad no era su característica como jugador, al punto que valdría preguntarse si Gallardo se pondría a sí mismo de titular en sus equipos. ¿Había adquirido la garra charrúa en su paso por Uruguay? Según cuenta Marcelo en una entrevista, desde chico su cuerpo corría con desventaja y debió fortalecer su cabeza para competir a nivel profesional. “Es más importante lo mental que el talento”. Después de ocho años de competencia no quedan dudas de que su mayor diferencial era esa fortaleza mental que logró trasladar a cada uno de sus equipos. Porque no fue uno sólo, fueron muchos. El fútbol argentino te obliga a reinventarte en cada mercado de pases, pero pareciera que sus equipos fueron uno porque todos estaban atravesados por una misma identidad.

Los mandamientos incluyen jugar rápido, no especular, respetar la idea y pelear hasta el final. Calma, alma y coraje en la adversidad; emoción, agradecimiento y orgullo en el éxito. Sinceridad en las declaraciones, silencio ante el arbitraje, una mano extendida al rival y la valentía de levantarse siempre de nuevo. ¿Cuántas veces había que pegarle para vencerlo? Era como enfrentar a Rocky.

En los superclásicos River solía merecer la victoria, protestar por el juego brusco y lamentarse por un golpe final inexplicable, pero todo cambió en la ida por las semifinales de Copa Sudamericana. A contramano del juego vistoso que venía mostrando, Gallardo ordenó salir a matar para enterrar de una vez el mote de gallinas.Ese fue su primer batacazo. Se rompía un mandamiento: no todos los partidos se juegan. En la vuelta un penal silenció al Monumental al minuto de juego. Se anticipaba una historia repetida. No es fácil romper con un karma. Por eso todo arranca realmente con un apellido cantado por triplicado. El estadio entero gritó un gol que no fue y, en su mayor momento de gloria, Barovero alzaba el índice sin sonreír. El otro Marcelo, mucho más expresivo, lloraba por su madre en los hombros de Tití luego de ganar una copa internacional tras diecisiete años. La primera de sus diecisiete finales como entrenador de River.

El Muñeco premia la valentía, por eso apenas llega un refuerzo le da la camiseta y lo manda a la cancha. Así fue que Alario definió una Libertadores con total naturalidad y Viudez dio un pase exquisito que pagó su transferencia. Jamás imaginó que eso sería lo único que haría en River. Lo más difícil es sostenerse. Gallardo les da confianza, pero son los jugadores quienes tienen que creer. Él nunca dudó. “Esta copa en casa no se nos puede escapar”, dijo en México. Había formado un equipo sin miedo con una defensa que sería remera: Mercado & Maidana & Funes Mori & Vangioni. Fue una final sin estrés que coronó a River en América con una promesa: “Vamos por más”. Y si no fuera por un arquero invencible, varios fallos arbitrales y dos minutos fatales, estaríamos hablando de un legado todavía más grande. De todos modos, la segunda Libertadores fue más que suficiente.

Basta con cerrar los ojos. No para imaginar lo que hubiera sido, sino para recordar lo que fue. Toda la ansiedad, angustia y nervios en las semanas previas. Por esos días había que coincidir con quienes no comprenden esta pasión: no es sano que algo externo condicione tanto un estado de ánimo. Nunca un partido de fútbol importó tanto. ¿Qué es peor, descender o perder la final contra tu clásico rival? Yo prefiero descender y ganar la final. Pago ese dolor por esta felicidad. Al final de cuentas estar vivos se trata de sentir experiencias intensas. Como ver a Juanfer, tal vez el jugador de mayor calidad del ciclo, hacer el gol más gritado de la historia. El del Pity es más recordado porque coincide con el momento de entregarse a la felicidad más absoluta. Ya no había tiempo para más, no había nada más que esto.

Fueron varios los hitos que cambiaron la historia del club, pero ese fue el clímax. Después de Gallardo anticipar una noche épica en Brasil ya no será una locura. El respeto por el Muñeco podría medirse en ese técnico rival aferrándose a su mano mientras le asegura que es el mejor de todos. Tal vez su mejor partido fue esa revancha con Palmeiras. Caer y levantarse, una y otra vez. Así se demuestra la grandeza. Como lo hizo River al recuperar la categoría inmediatamente para luego ganar el campeonato y comenzar la etapa más gloriosa del club. Almeyda nos hizo volver, Ramón volver a ser, Gallardo volver a ser mejores.

El adiós era lógico. Lo extraño era elegir seguir estando, año tras año. ¿Por qué se quedaba? Tal vez acá pudo desplegar su visión del mundo mejor que en cualquier otro lado. Uno no siempre elige a su público. No es lo mismo ser emblema de Barcelona, Manchester o París que estar con tu gente. Gallardo volvió del Mónaco a los veintisiete años para jugar en River en gran nivel y luego pasar al PSG. No cualquiera toma esa decisión. Enzo Pérez tampoco dimensionó la alegría que se regalaba al relegar dinero por jugar en el club que ama. Ni que se convertiría en ícono con un buzo de arquero. Ojalá ellos sirvan de inspiración. No está mal priorizar la felicidad.

“River está por encima de todo”, dijo Gallardo en su presentación como entrenador. Paradójicamente, ahora la hinchada canta por el Muñeco antes que por River. Pero a esta altura, ya son prácticamente sinónimos. Por eso esta despedida no es un adiós, sino un hasta pronto. Siempre se vuelve al primer amor.