Adiós a un ídolo

Cuando mi papá me llevó por primera vez a la cancha tenía once años y creía que era parte del ritual elegir a un jugador como ídolo. Decidí que era el Mencho Medina Bello por su potencia, el gol de taco que hizo con la selección y una foto de El Gráfico en que saludaba a la hinchada con una venda ensangrentada tapándole un ojo. Eso era un ídolo. Un tipo que dejaba la vida en cada pelota. Después lo vi a Ortega y entendí que los jugadores tenían permitido divertirse dentro de la cancha. Solo había que ser rebelde, caprichoso y mejor que todos los demás. Gambetear es algo que ya casi no se hace. Messi gambetea pero casi nunca con el único objetivo de enganchar una vez más para ver pasar al defensor. Los noventas fue una década donde amar al fútbol y ser hincha de River era más o menos lo mismo. En Nuñez nacía un ídolo, salía campeón, se iba y enseguida aparecía otro. Las selecciones juveniles eran sinónimo de buen fútbol y, si uno quería anticiparse, miraba ahí mismo a los jugadores de su club para adoptar al próximo ídolo antes de tiempo. Yo elegí a Aimar.

Todavía me acuerdo dónde estaba almorzando (patio de comidas de GEBA, milanesas con fritas) cuando se jugó la final del Mundial 97 contra Uruguay. No entendía cómo el mejor jugador que teníamos estaba sentado en el banco. La sociedad que hizo con Saviola fue la relación más íntima que vi entre dos jugadores y una pelota de fútbol. Él mismo dijo en una entrevista que a veces le sorprendía cómo es que los dos pensaban la misma jugada. Tocar y moverse, siempre simple, de primera. ¿Hay una jugada más linda que una doble pared a velocidad? Ambos compartían una filosofía de juego que más tarde fue tendencia mundial. Los dos hubieran encajado perfectamente en el Barcelona de Guardiola.

Una parte mía se quedó por siempre pegada a Pablo Aimar. Algo se detuvo en él. Ya no hubo más ídolos. ¿Fue una cuestión de edad? ¿De falta de talento? No debe ser casualidad que el ídolo de Maradona fuera Bochini y el de Messi sea Aimar. Ambos representan un mismo estilo de juego. No se puede jugar al fútbol como Maradona y Messi, porque eso no lo puede hacer nadie más que ellos, pero entender el juego como Aimar o Bochini es algo más cercano. Yo quiero jugar así. Pero para lograrlo se necesitan socios. No se puede jugar a eso solo y eso es lo hermoso de lo que ellos proponen. Son jugadores que cuanto más le pasan la pelota, mejor juegan los demás.

¿Será por eso que Pablo no hizo la carrera que se esperaba de él? No es un jugador que se defienda solo. Precisa que el equipo y el técnico crean en su juego para que se despliegue mejor su talento. Desde que se fue de River, lo seguí como a una ex novia que nunca pude superar. Como si no pudiera enamorarme de nadie más después de él. De vuelta, como con Ortega, esa necesidad de que el mundo decidiera en votación unánime que él era el mejor. Nunca sucedió, pero sentí cierto orgullo al enterarme de que el ídolo de Messi también era Aimar. Puedo fantasear con que entiendo el fútbol de la misma manera que el mejor jugador del mundo.

Cuando viajé a España en el 2005 me puse contento al verlo destacado en los diarios deportivos como el mejor promedio de ese campeonato. Él jugaba en Valencia y esas noticias no llegaban a la Argentina. Los resúmenes solo muestran goles y títulos. No hay forma de resumir en una jugada lo que genera Aimar. Antes de cada mundial me ilusioné con la posibilidad de que el técnico lo hiciera eje y todos, por fin, estuvieran de acuerdo de que eso era lo que le faltaba al equipo. Aun de grande, cuando Maradona lo convocó para conseguir la clasificación al Mundial 2010, mi esperanza duró solo ese partido en el que hizo el pase gol a Higuaín. Pero el póster bajo la lluvia se lo llevó Palermo. ¿Habrá sido mal timing? Quizás Aimar debió haber nacido cinco o diez años después. ¿Había mejor socio para Messi que Pablo? Iniesta fue su Aimar en el Barcelona y ese resultó ser uno de los mejores equipos de todos los tiempos. ¿Estoy exagerando? ¿Será el síndrome de la ex que me hace ponerlo en un pedestal?

Tal vez sea cierto eso de que el tiempo resalta las virtudes y descarta los defectos. Aimar era un jugador frágil, propenso a las lesiones y, ante todo, demasiado humilde. ¿Eso es un defecto? En mi imaginación, dentro del universo tan turbio que debe ser el fútbol profesional, la integridad, el respeto y el exceso de bondad es un defecto. Los mejores no esperan su chance: la toman y, si no se la dan, se van a otro lugar. Aimar nunca se quejó; siempre comprendió, esperó y aceptó lo que le tocaba. Solo en el Benfica le dieron la 10. Uno de esos domingos de nostalgia puse Aimar + Benfica en youtube y me quedé un rato leyendo los comentarios debajo del video. Me sorprendió encontrar un amor similar al que yo sentía en palabras de hinchas portugueses. Lo mismo me pasó hoy, llorando en la cama mientras buscaba tweets sobre su retiro, leyendo todos los comentarios de hinchas valencianos que aseguran que nunca sentirán algo parecido a lo que les dio Aimar dentro de la cancha. No estoy solo. En la escuela de periodismo me enseñaron que los sentimientos no tienen lugar dentro de los diarios. Las noticias se escriben con hechos. A Pablo entonces se lo medirá en wikipedia por cantidad de partidos, goles, campeonatos. Pero yo sé, como saben también los hinchas del Benfica y Valencia, que él fue mucho más que eso.

Hace dos años me hice socio de River anticipándome a su regreso. Me dije que cuando se anunciara su vuelta todos iban a querer verlo e iba a ser difícil hacerse socio. Tuve suerte. River volvió a ser River y yo estuve ahí para verlo. Un día se anunció su retorno, puse una foto suya como fondo de pantalla en mi computadora y preanuncié que todos los jugadores de gran potencial por fin iban a explotar aprendiendo a su lado a jugar como corresponde. Aimar los iba a hacer mejores. El fútbol sería mucho más simple. Tocar e ir. Buscarlo a Aimar. Todas a Aimar. ¡Cómo extraño un diez que ordene todo! Escuché sus primeras declaraciones y lo vi tan idílico como siempre. ¿Es posible que además tenga ese pelo, ese lunar, esa tonada al hablar? Con Pablo me confundo. Es mi modelo de persona. Ahora se van a dar cuenta. Dale tres partidos y vas a ver. No se trata solo de su fútbol. Escuchar a Pablo en conferencias de prensa, compartir su perspectiva, tenerlo de vuelta en nuestras vidas es un lujo.

Fui a la cancha el día que se anunciaba su presencia en el banco y no recuerdo nada del partido. Solo trataba de ver su silueta escondida en el banco. Cuando salió a calentar me emocioné como si estuviera viendo a mi madre muerta en uno de mis sueños. Lo vi flaco, rápido, ágil. Quise compartir mi entusiasmo con un compañero pero él miraba el partido. ¿Qué partido? ¿Qué espera Gallardo para ponerlo? Qué tortura. Finalmente entró y en esos veinte minutos fue todo lo que esperaba de él. La pelota viaja más rápida cuando sale de sus pies. Las jugadas toman otra velocidad. Parece tan fácil. Supe entonces que su regreso sería glorioso. Unos partidos para entrar en ritmo y listo, todo solucionado. Pero no fue así.

Su ausencia ante Temperley dejaba dos alternativas: o estaba fenomenal y lo guardaban para la semifinal de Copa o estaba tan mal que no podía ni estar en el banco ante un equipo chico. Ese partido con Temperley fue el regreso de Saviola. También quería ovacionarlo apenas saliera al campo, pero tuve que esperar a que la hinchada decidiera que era el momento. Primero gritaron por el equipo, después por Cavenaghi y recién entonces por Saviola. No todos sentimos lo mismo y Aimar, tal vez, tendrá una sensación generalizada del cariño de River, un amor mezclado con la recriminación por habernos abandonado, por no volver a tiempo, por no haber hecho con su vida exactamente lo que pretendíamos. Yo quiero que sepa que lo mío es más profundo.

¿Vos tenés un ídolo? Cada quién tiene el suyo. Algunos eligen a Cavenaghi, porque volvió cuando estábamos en la B. Otros eligen a Messi, aunque nunca llegaron a verlo. O a Riquelme, aunque les moleste cómo se comporta fuera de la cancha. Yo tengo la suerte de tenerlo a Aimar, un jugador que no se mide en goles ni en campeonatos. Una persona con una grandeza que está por encima de las camisetas, el fútbol y todo lo demás. ¿Estoy exagerando? Quizás lo quise demasiado. Tal vez esto debiera ser escrito por Dolina acerca de una novia perdida. Volvé Pablo, una vez más. Te estamos esperando.