Última salida al exterior

Tengo que ir al banco, mi salida diaria de la prisión domiciliaria. Seré cauto y responsable. Mantendré un metro de distancia, tragaré estornudos y toseré para adentro. Apenas cierro la puerta me quedo mirando el picaporte. ¿Ya tengo virus en las manos? Respiro el aire fresco de la calle abierta. Es un día de sol y participar de la ciudad me hace bien. Ya van tres días de cuarentena.

Suelo trabajar desde casa, pero saber que no debo salir cambia por completo la experiencia. Ahora siento el encierro. Tomo duchas para calmarme, camino en círculos para ejercitar y abro ventanas para inhalar profundo. Afuera del banco hacen fila y debemos entrar de a uno. Nos saludamos con la mirada, evitamos tocarnos, parecemos solidarios. Nadie piensa en el otro como un enemigo mortal, aunque sospecho que alguno es portador del virus. Tal vez sea yo.

No me picaba la cara hasta que dijeron que no podía rascarme. ¿Dónde termina la cara? ¿Si me rasco la patilla puedo contagiarme? El sector del cajero es un caldo de cultivo. Quince metros cuadrados llenos de infectados. Trato de pensar en otra cosa, pero no hay otra cosa en qué pensar. Todo el planeta habla de lo mismo. La última vez que pasó algo así fue el 11 de septiembre. No está mal recordar que todos somos parte de la experiencia humana. Ojalá el virus nos lleve al fin del capitalismo para dar comienzo a la era del veganismo, la conciencia ecológica y el reinado del socialismo feminista. No sé cómo, pero esta parece nuestra oportunidad. Es ahora.

Seguramente el panorama es más ocuro. Todo fue planeado por Trump. Mandaron a un agente de la CIA a liberar el murciélago y ya tienen la vacuna lista, pero aguardan para darle un golpe comercial a China. O lo mismo pero al revés. Todo depende de quién sea el próximo líder absoluto del mundo mundial. Y no descartemos que alguien quiera matar abuelos para que disminuya la superpoblación. Esta es la punta del iceberg. Por eso mantengamos la calma y disfrutemos del mes que nos queda antes de que comiencen los saqueos y sea cada uno por su cuenta.

Dos personas menos, me rasco la nariz con la mano envuelta en la remera. Ahora el virus está en mi ropa, ¿cuánto sobrevive en el algodón? Toda una vida pensando que los medios exageran por sensacionalismo y cuando llega la pandemia los siento cautos. La realidad debe ser peor de lo que creemos y no la comunican para no alarmar. Pandemia es una palabra demasiado fuerte. Es horrible pensarlo, pero si todo esto termina pronto me dejará con ganas de ver de cerca el apocalipsis. Ya casi lo siento venir y una parte mía no quiere perdérselo. Tengo sed de caos. El mundo viene mal hace rato, algo tiene que cambiar.

Cuando entro a la zona de cajeros contengo la respiración. El virus me rodea. Me pica la ceja, logro rascarme con el codo. Recuerdo haberme apoyado contra la pared y luego rascarme la oreja con el hombro. ¿Habrá entrado el virus por el oído? Ya falta poco, pronto volveré a casa para cocinar y lavar, cocinar y lavar. Paso el tiempo variando pantallas. Celular, computadora, celular, tv, celular. Las noticias que nos rodean son sumamente contradictorias. Israel ya encontró la cura, en Estados Unidos calculan 4 millones de muertes, serán sólo diez días de cuarentena, la vacuna demorará un año en llegar, sólo mueren los viejos, hay que contagiarse rápido para quedar inmunes, no hay respiradores suficientes, también mueren jóvenes que van al gimnasio, nosotros lo agarramos a tiempo, los que se curan vuelven a enfermarse, esperá que llegue el invierno, ahí te quiero ver.

Es mi turno, marco mi documento en la pantalla. Si mi dedo no tenía virus, ahora sí. Le digo a la chica que perdí mi billetera y necesito la nueva tarjeta de débito, pero todavía no está. Saco dinero con el dni, firmo el comprobante con la birome infectada y recibo el dinero virulento. Ahora mi billetera está en cuarentena por 24 horas. ¿Cómo era que se limpiaba el celular?

Vuelvo en la bici, me pica todo pero es como si el viento me rascara. Entro a casa, voy directo al baño y abro la canilla, contagiándola de virus. Que los cumplas feliz, que los cumplas feliz, que los cumplas Fernando, que los cumplas feliz. Esa canción da el tiempo justo de lavarse las manos. Tardo cinco minutos en cerrar la canilla con el pie. No veo la hora de volver a salir.