Un cineasta bajo la influencia

Muchos directores de renombre han perdido su esencia al desembarcar en Hollywood. No cualquiera logra mantener la identidad en una industria que, con tal de minimizar riesgos, aumenta las supervisiones. La libertad en el arte suele ser inversamente proporcional al dinero necesario para concretar la obra. A mayor presupuesto, mayor condicionamiento. Hacer una película no es barato, por eso el cine podría considerarse el medio de expresión con menor libertad artística. Como ejemplo están las numerosas adaptaciones biográficas de plataformas de streaming que tienen como principal objetivo no ofender a nadie y, por lo general, ofrecen un entretenimiento sin alma. Si bien es un arte colectivo, el cine requiere en sus mejores expresiones de una mirada autoral. En Misántropo, Damián Szifrón cambió de registro y de idioma para filmar en Hollywood. Por fortuna fue él quien decidió la metamorfosis y el resultado es un thriller oscuro, violento y atrapante que tiene su impronta. Pero no le resultó fácil lograrlo. 

Nota publicada en Perfil https://www.perfil.com/noticias/opinion/damian-szifron-un-argentino-suelto-en-hollywood-con-un-relato-anticapitalista.phtml

Después del éxito de Relatos Salvajes, llegaron las primeras ofertas para filmar en Estados Unidos. No hay director argentino más hollywoodense que Szifrón, pero cuando uno pensaría que lo recibirían con fuegos artificiales, la realidad es que los tuvo que pagar de su propio bolsillo. Misántropo comienza con una secuencia que intercala fuegos artificiales con los disparos de un francotirador que asesina a veintinueve personas desde un edificio. Ese fue justamente el disparador del film en la cabeza de Szifrón, que se dejó llevar por esa imagen generadora para encontrar luego en esa simbología una suerte de fin de fiesta del capitalismo. A pesar de su profesionalismo y el prestigio que lo llevó a ser jurado en el próximo festival de Cannes, Damián tuvo que filmar con un presupuesto muy acotado. Tanto que él mismo asumió los costos de la semana extra de rodaje que necesitaba en Buenos Aires para plasmar en pantalla ese impactante comienzo.

¿Cuántas películas hubiera hecho de haber nacido en Estados Unidos? Es extraño que un director popular con un talento hecho para la industria haya pasado diez años sin estrenar nada. Szifrón quedó desencantado con Hollywood después de las eternas idas y vueltas para filmar El hombre nuclear: “En verdad buscaban que yo dirigiera la película que ellos querían, pero que ni siquiera estaba claro cuál era. Fue muy doloroso porque invertí unos tres años y vi mucha gente talentosa trabajando de forma servil e impersonal para la industria”. Lo cierto es que hasta que comienza el rodaje, una película es apenas una ilusión compartida entre cierta gente; y si los financistas dejan de creer, el proyecto se cae. Le pasó a Lucrecia Martel con su trunca adaptación de El Eternauta y al bajarse de Black Widow porque no le dejaban filmar las escenas de acción. Y hasta Martin Scorsese tiene que ceder para hacer lo que quiere. ¿Se puede entonces tener libertad creativa en Hollywood?

Un verdadero héroe del cine

John Cassavetes, el padre del cine independiente, usaba el dinero que ganaba como actor para hacer películas en sus propios términos. Así es que gastó rollos de fílmico improvisando con sus actores hasta encontrar un estilo propio que influyó a varias generaciones. Fue un adelantado a su tiempo, porque su esquema de producción cobra mucho más sentido en la era digital, y aun así pocos de sus discípulos (tal vez Sean Baker o los hermanos Safdie) logran alcanzar esos niveles de verdad emocional. John filmaba muchas veces en su casa con un elenco que lo amaba y estaba dispuesto a todo por él. Sus equipos de trabajo eran familias ensambladas, como en las películas de Wes Anderson, pero detrás de escena y en la vida real. Y, aun así, tenía que recurrir a juegos de poder para que no hubiera intrusos entre sus colaboradores, como puede leerse en Cassavetes dirige, el extraordinario libro de Entropía.

El periodista Michael Ventura, un infiltrado de confianza en la familia, logró capturar de manera minuciosa el método Cassavetes durante el rodaje de Love Streams, su última película. Cada capítulo del libro detalla las escenas del guion que se filmarán en el día, lo que sucedió en rodaje y lo que quedó en la película finalmente. El resultado es una clase magistral de guion, dirección de actores, puesta de cámara, montaje y producción a partir de anécdotas puntuales. Es como estar ahí junto al director mientras toma decisiones. Así vemos gradualmente cómo va mutando la película a medida que se va haciendo, al punto que del guion original queda solamente un tercio en pantalla. Para permitirse esa exploración es necesario filmar en orden cronológico, una estrategia cara. Queda claro por qué la industria es incapaz de asumir esos riesgos.

John consideraba que la experiencia humana de su equipo era tan importante como el resultado final. Ser testigos de primera mano de su ética laboral (mientras la cirrosis comenzaba a deteriorarlo) es tan emotivo como ver cualquiera de sus películas. Y eso es decir mucho. Ningún otro director tiene tanto compromiso como él. Los demás tendrán que hacer concesiones; pero en algún momento, cuando marquen una línea en el suelo, lo estarán honrando a él. En ese sentido, podríamos decir que hay algo de Cassavetes en Damián Szifrón.  

Que (no) parezca un accidente

No debe haber dos cineastas más distintos. Szifrón se destaca por la precisión de la puesta en escena, y el punto de vista de la cámara de Cassavetes es el de un chico ansioso: “Nunca sabe exactamente dónde ponerse. Su mirada no busca verlo todo sino solo un fragmento percibido en un momento determinado”. Damián es un perfeccionista, mientras que John se enorgullece de no saber lo que está haciendo. Por supuesto que lo sabe, pero es una improvisación consciente. Su regla para llegar a la verdad es que nunca hay que anticiparse. “Estamos haciendo un musical”, anuncia un día, como una revelación. Y al tiempo se convence de que en realidad están filmando un sueño. A medida que cambia de opinión va sacando pedazos de la película hasta dejar lo esencial: las emociones crudas de los personajes. “¡Yo sé todos mis diálogos! –se defiende- Es solo que me niego a decirlos”. Su cine está hecho de una atmósfera, se niega a atarlo a una trama, por eso es capaz de sacar de un plumazo treinta páginas del guion. Szifrón, en cambio, marca el ritmo narrativo con precisión de relojero. No deja nada librado al azar.

Cada uno logra lo que quiere a su manera. A Cassavetes no le importa que el espectador se aburra porque su cine está hecho de detalles. “No existe forma más demandante que aquella que prescinde de la estructura, ya que sin ella el único recurso que le queda al autor para retener la atención del espectador es mostrar –a cada momento-, algo fascinante, cautivador, genuino”, explica Ventura. Szifrón en tanto busca mantener la tensión en todo momento y, sin embargo, en Misántropo parece priorizar sus ideales cuando la película pierde el foco a medida que los detectives se desvían de la investigación por las burocracias del sistema. Y es que su asesino en masa intenta ser un reflejo de la sociedad actual: “Este es un sistema que atenta contra la solidaridad, la empatía, que te pone a competir hasta con tus seres queridos. En ese sentido, es feroz, muy exitista”. Su sombrío policial no ofrece respuestas ni esperanza, solo refleja a una sociedad hostil basada en una filosofía individualista. Misántropo no es The Batman, pero Ciudad Gótica no está tan lejos.

“La gente va al cine a entretenerse”, decía Adolfo Aristarain en los clips del último Bafici. Según él la bajada de línea había que ponerla mezclada con la acción y no detenerla para “sacar la banderita”. Esa falta de sutileza es otra diferencia marcada entre Szifrón y Cassavetes. Uno busca ser contundente cuando el otro quiere ser ambiguo. “Cuando la gente va al cine a buscar respuestas… Yo jamás vi una respuesta”, dice John. Y esa respuesta es el punto débil que encontraron los críticos yanquis para pegarle al latino que osó morder la mano que le da de comer. Porque Misántropo es una película anticapitalista, pero más aun es antinorteamericana en su denuncia al problema de las armas, el racismo y el abandono de los que fueron dañados por un sistema de poder que no tiene interés en comprenderse a sí mismo, solo quiere ordenar las anomalías para seguir adelante.

Tiempo de valientes

“Si otro cansado thriller de un asesino serial se estrena en cine y nadie va a verlo, ¿realmente fue hecho? Desafortunadamente, sí”, dice la despiadada crítica de Indiewire, una de las tantas que bajaron el promedio de Metacritic a un injusto 44/100. Nadie quería hacer Misántropo en Hollywood, y fue recién después de vender el guion al resto del mundo que Szifrón logró financiarla. En Estados Unidos la estrenaron con un título genérico (To catch a killer), un afiche mediocre y reseñas negativas. Damián salió por todos lados a dar entrevistas para defender su obra y de a poco el boca a boca va repuntando la taquilla.

Si bien la génesis de Misántropo es anterior a El hombre Nuclear, pareciera que algo de la impotencia por aquel proyecto fallido se coló en el guion que escribió junto a Jonathan Wakeham. Szifrón no reconoce el revanchismo, pero lo cierto es que el mayor escollo del detective del FBI para atrapar al asesino son los intereses, el ego y la incompetencia de sus jefes que lo desvían del camino correcto para después forzarlo a asumir la culpa del fracaso. “El poder se divide entre los que lo merecen y los que lo adoran”, dice Lammark (Ben Mendelsohn, el del Animal Kingdom, otro gran thriller). Y la lección final de su protegida, la policía Eleanor Falco (Shailene Woodley, de Big little lies), es que para cumplir tu destino hay que saber lidiar con el sistema. Algo que el propio director aprendió a la fuerza.

Falco carga con traumas del pasado que le han impedido avanzar en su carrera. ¿Cuales? No hay tiempo para saberlo en dos horas de metraje, a pesar de ser la protagonista. En ese aspecto al director sí le alcanza con sugerir, porque prioriza la trama, algo que Cassavetes pone en segundo plano: él es un enamorado de sus actores. Los personajes son la película, todo lo de alrededor no importa. Szifrón en cambio los usa como vehículo para enfrentar dos visiones del mundo. El asesino y su perseguidora se comprenden, porque han sido descartados por el sistema. Él se niega a evolucionar, le alcanza con ser, pero la lógica del capitalismo se lo impide. Por eso lo ataca. Falco en cambio ansía pertenecer. Tanto que al comienzo del film sube las escaleras hacia el fuego, sin máscara, con el peligro de caer desmayada hacia algún abismo con tal de encontrar su oportunidad. Y al final la consigue, traicionando su integridad. Misántropo es una película pesimista. La meritocracia funciona, es cada uno por su cuenta.

En Relatos Salvajes, Szifrón canalizaba esa frustración por la sociedad con humor satírico. “Yo percibí un viraje cuando filmé el episodio que protagoniza Oscar Martínez”, dijo. Ese tono más adulto puede volverse solemne, pero el director sortea la dificultad con grandes secuencias de acción, actuaciones sobrias y diálogos filosos que se permiten toques de humor. Si bien no es tan valiente como Cassavetes –nadie lo es-, demostró coraje al adaptarse a un bajo presupuesto con tal de mantener el control de su obra. “Quizás no sé delegar tanto, pero para mí una película es algo integrado, desde el guion hasta el montaje final es una sola y única cosa”. A diferencia de su protagonista, él sí puso su integridad artística por delante de sus ambiciones para preservar su mirada autoral. Y hasta cita a Ingmar Bergman, que cuando le ofrecieron trabajar en Estados Unidos respondió: “¿Por qué dejaría de filmar con 20 amigos para filmar con 200 enemigos?”. Ya de regreso en Argentina, Damián promete que la película de Los Simuladores tendrá polémica. Después de Misántropo, eso no es poco.